Cuando no es suficiente con «echarle ganas» en la Pandemia

A veces, a fin de mes, amanezco con la meritocracia abollada, ¿Te ha pasado?

Esa sensación incómoda de saber que te esfuerzas, «le echas ganas», buscas distintas motivaciones para seguir adelante, más allá de lo que pase a tu alrededor, con la esperanza que el capitalismo nos brinda de conseguir todo lo que quieras si lo deseas con el ahínco suficiente.

Y en estos días, en estos más de 160 días en medio de una «nueva normalidad» pandémica, ¡Vaya que si le he echado ganas!

He tenido que reinventarme, esperar, acelerar, pausar, conectar, aislarme, encerrarme, salir con la jaula puesta, reconocer la libertad que la salud me da, cuidarme, cuidar, mantener la distancia, acercarme y luego limpiarme, limpiar para poder acercarme, y hacer todo lo que ya venía haciendo, además de algo más.

¡Y aún así me llega la idea de que no es suficiente!

Porque a veces no alcanza para la renta, porque a veces renuncio a cosas que antes sí podía consumir, porque ya no puedo ir con holgura a donde antes me divertía, porque no puedo convivir con todas las personas que amo, porque ya hice lo que me dijeron, y no obtuve la recompensa que me prometieron…

¡Y me duele pensar que hay algo mal en mí!

Que no es suficiente.

Luego me detengo y veo que sí le estoy echando ganas, que sí me estoy esforzando, que sí estoy creando nuevas respuestas, que sí uso todas mis estrategias y herramientas al alcance, y que sí he renunciado a mucho, muchísimo, no sólo por mí, sino por el bienestar de la gente que tengo cerca y que amo.

Entonces empiezo a pensar que no soy yo; son las demás personas y sus conductas, el no hacer o actuar como deberían. Son ellas y ellos quienes no le echan ganas y me obstaculizan…

¡Sí, eso debe ser! ¡Yo estoy bien, el resto no!

Y me enojo, les culpo, jaloneo, reprocho, reclamo, me emberrincho, les exijo, exhibo, mando indirectas, les castigo, me alejo, recrimino, alecciono, y le echo muchas ganas para que se den cuenta cómo el que no le echen ganas nos jode a todo el mundo, me jode a mí. Lo hago personal a ver si la culpa juega a mi favor y les avergüenza no echarle ganas como creo yo deberían de hacerlo.

¡Si tan sólo entendieran como yo, que tantas ganas le he echado!

Uffff…

Y después, después de un ratito, de una pausa, de una plática, de la reflexión, me doy cuenta: eso de las ganas echadas y la recompensa es la zanahoria que hace mover al burro; siempre enfrente, cerca pero inalcanzable, como la promesa de un mejor mañana si hoy sigues sirviendo de manera obediente y diligente.
Recuerdo justo que hay mucho que sí puede ser distinto por lo que yo haga, pero muchas otras cosas no: sobretodo sino quiero pasar sobre los derechos y dignidad de nadie, y respetar lo más posible al planeta y su vida misma en cada ser.

Y volteo alrededor. Y vuelvo a apreciar. Y hago una pausa acá. Y trato de recordar qué cosas hago por el gusto de hacerlas, de crear, compartir, dar, regalar, apoyar, otorgar, regresar, sembrar. ¡Ah, cuánto gusto me da saberme capaz de dar tanto! Y recordar que eso es sinónimo de que tengo un chingo que me ha sido dado y otro mucho que ha germinado con mi cuidado.

Y hago la diferencia, entonces, con aquello que quisiera obtener. Y lo valoro. Lo pondero. Vuelvo a plantearme si verdaderamente lo quiero, si vale el precio, el costo, el esfuerzo. Si lo quiero a solas o compartido. Si lo quiero propio o prestado. Si lo quiero visto o experimentado. Si es la única forma de obtenerlo. Si podría gozar el camino o si tendría que hacer caso a las etiquetas ochenteras de NO PAIN NO GAIN que se han convertido desde entonces en el mantra de los esclavos de la productividad y los capataces del sacrificio por felicidad postergada.

Y me consuelo un poco. Me consuela comenzar a valorar lo que en serio le da valor a mi vida. Y me reconforta recordar qué hago con mucho esfuerzo, y qué hago con el gusto de ampliar mis posibilidades y capacidades. Y sonrío ligeramente pues, casi a final de mes, recuerdo que hay en mí un dolorsito real, verdadero, por no cumplir expectativas, por haber creído tanto en la fuerza omnipotente y omnipresente de mis deseos y acciones; y reconozco que no sólo me pasa a mí, que no sólo yo he creído que el universo se alinea, de manera egocéntrica, a mi pensamiento.

Que no sólo a mí me han vendido esa idea que aísla y resta posibilidad de organización para centrar energía en el onanismo de los «triunfos y logros individuales», olvidando todas las bases, antecedentes, circunstancias, historia, redes, contactos, conocimiento y sabiduría acumulada, y un largo etcétera. Incluyendo los privilegios que nublan la empatía y culpan a las personas en lo individual de «no echarle ganas», en lugar de construir condiciones materiales para que no se trate de ganas y motivación, sino de dignidad y reconocimiento.

Y me levanto a seguir echándole ganas a mi día, desde otro lugar y para otro fin: para dar lo mejor de mí, lo que disfruto, lo que gozo, y en ese gozo compartir la felicidad que nos une en humanidad, en ComúnUnidad, y disfrutar de todo lo que la serendipia tiene para mí. Construyendo, sí, más un tejido que cobija y alberga, que una torre que se erige y ostenta.

No hay un sol al que tenga que volar, sí un día soleado por compartir.

Por: Fernando Nieto

La Caída de Ícaro
Autor: Jacob Peter Gowy
Óleo sobre lienzo

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.